Gracias por recibir esta carta.
Esta carta es muy vulnerable, todas lo han sido, pero esta será por encima la que más me incomode y esta bien. Siempre he pensado que para sanar algo hay que darle voz y espacio, y yo he encontrado voz en las letras y hojas. Mucho tiempo solo para mí, decenas de cartas con un único destinatario: yo.
Hoy, esta carta es para mí y para ti, puede que te identifiques — o no— pero hoy quiero darle su lugar a algo que, aunque no me agrada, me vino desde hace años a acompañar: La ansiedad.
Sé que mucho se habla de ella, quizá muchos la padecen y no lo saben, o prefieren ignorarlo, o simplemente lo han normalizado. Pero cada persona es un mundo, con mentes, corazones y cuerpos que operan diferente. Y hoy quiero dejar de ser indiferente. Conmigo principalmente. La ansiedad cada individuo la vive a su manera, y hoy quiero contar la mía, con la intención de que para algo te sirva.
Recuerdo exactamente la primera vez que sentí la ansiedad golpearme de frente, la había sentido antes, con pequeños toques, susurros que se convirtieron en palabras, que con los años ignoradas, un día se convirtieron en un grito sin medidas. Catorce años, el corazón me golpeaba a tope, la respiración se agitaba, un nudo en el estomago, visión borrosa, la sensación de un peligro inminente. Me pare en mi habitación a dar vueltas en círculos, tratando de calmar lo que se sentía como mi fin sin disimulo. Respiraba profundo, tocaba mi pecho, sentía en cualquier segundo que mi corazón se detendría y todo terminaría. Puede sonar dramático, pero cuando tu mente y tu cuerpo se han ahogado con el exceso de ansiedad, no se puede pensar con claridad. No recuerdo cuándo me dormí, solo recuerdo despertar y asombrarme de que sobreviví. Abrí los ojos a una vida que parecía totalmente diferente a la del día anterior, por mis venas corría una sensación profunda de terror.
Me levante de la cama sintiendo el cuerpo tan pesado, la cabeza me dolía y todo parecía de mentira. No le conté a nadie lo sucedido pues ni siquiera yo había entendido. ¿Cómo contarle en palabras a alguien algo que se sintió como cien mil patadas?. Seguí con mi día, con la semana y pretendía seguir con mi vida. Hasta que sucedió de nuevo, y de nuevo y de nuevo. Pensaba que estaba volviéndome loco, o quizá estaba muriendo sin saberlo. ¿Cómo podría no ser cierto? Las sensaciones en mi cuerpo lo indicaban. Pase por médicos y exámenes, todos solo me decían que eran asuntos mentales. Me costaba creerles, ¿en que momento mí mete se había vuelto adicta a querer asesinarme?
Me mandaron pastillas que deje de tomar, pues hacían todo menos ayudar. Todo comenzó a empeorar, en un ciclo vicioso que no supe parar. La ansiedad me generaba sensaciones desagradables, que yo las traducía en enfermedades terminales, físicas o mentales, esos pensamientos me daban más ansiedad, y hacia crecer mis sensaciones, en un circulo que parecía no tener finales.
Comencé a buscar respuestas. Por internet encontré algo que comenzó a dar paz: no estaba muriendo ni enloqueciendo. Tenia ansiedad. Lo cual me hacia sentir estupido y peor: mi propia cabeza era responsable de todo este terror. Por aquellos años Los Ángeles se empezaban a comunicar conmigo, por lo que les pedí que me mostraran el camino. Sí que me guiaron, me empape de información, aprendi todo sobre el sistema nervioso, la mente y el cuerpo. Comencé a meditar, a escribir, a hacer todo lo que estaba en mis manos para poderlo revertir. Me propuse conocer todo del intruso, así no e agarraba más como un iluiso
También comencé a indagar muy profundo, ¿de dónde diablos venia esto que me había cambiado mi mundo? Fue duro mirar, que llevaba años a punto de explotar. Cuando era pequeño mi casa era un campo de guerra, las pistolas eran gritos, y las bombas los insultos. O peor. Así fue por muchos años, llevando mis sistemas y al limite del colapso. Pero nunca colapsaba del todo, ¿cómo podría romperme en medio del campo de tiro? no era lo más seguro. Nunca limpie y cocí las heridas, solo las vendaba y seguía haciendo de las mías. Siempre bailando al borde del acantilado, rezando por poder seguir andando.
Entendí que un día, aquella noche de explotar, fue porque mi cuerpo, mi mente y mi alma no pudieron ya soportar. Lagrimas no lloradas, y gritos no gritados, y emociones no sentidas y noches de pesadillas. Entendí que no me sentía tan mal por algo que estaba pasando, sino por todo lo que me había pasado y yo había ignorado. Todo lo que no sentimos en su tiempo, cobra factura en la mente y el cuerpo.
Todo ese tiempo ya había desarrollado un miedo a mi cuerpo, un miedo a mi mente y un miedo a habitarme. Me daban terror mis taquicardias, o lo mucho que temblaba, o lo agotado que todo el tiempo estaba. Me daba terror el silencio, quedarme a solas con mi pensamiento. Pero estaba decidido a cambiar todo esto, un doctor me dijo: “la ansiedad no sé cura, aprenderás a vivir con ella” y me rehuse a que así fuera.
Tengo ansiedad pero ella no me tiene a mí.
Comencé un viaje al interior, ya sabia de dónde venia, ahora tenia que sentirla. Me dedique todo un año a sentir, a escribir, a dormir, a soltar, a gritar, a llorar, a sacar. Fue un proceso sumamente agotador, que demandaba mucho valor, pues cada lagrima traía un recuerdo de dolor, cada grito en la almohada una historia de teror. Pero me gustaba a analogía de que estaba vomitando. Limpiando. Primero tenia que vaciarme de todo lo que me había dañado.
Y todo ese proceso lo vivi muy en silencio. Una parte de mí se rehusaba a mostrarme así, no porque pensara que había algo erróneo, simplemente no quería que me identificaran de ese modo. Siempre había sido un chico feliz, creativo, y sentía que si otros me dejaban de ver así, yo también lo haría, y eso me sostenía. No quería olvidarme del niño que un día fui, pero en mi mente no lo recordaba, los que me conocieron si. Y no planeaba dejarlo morir.
Aunque salió otra cara de la moneda: al ocultarlo tanto, todos decían: te ves perfecto. Te ves bien por fuera. No tuve la valentía para decir que ni de lejos así era. No supe como contar que mi cabeza era un infierno. Cómo en medio del verano vivi un crudo invierno. Cómo me costaba salir de la cama, y solo quería dormir toda la semana. Como la luz del día me hacia doler la vista, o el cuerpo de tanta tensión me dolía. O cómo sentía como si la realidad fuera una película.
EL FIN DE UN INVIERNO
El tiempo paso, meses, años y la vida mejoro. Mucho. Me encantaría decirte que despareció. Que se esfumo pero no es así. Todo mejoro poco a poco, paso a paso, terapia a terapia, respiración a respiración, párrafo a párrafo. De la ansiedad me fui olvidando con el tiempo, pero nunca del todo. Constantemente esta ahí, detrás de mí, y me toca respirar y regresar, perderle el miedo a lo que siento y solo atravesar. Porque sigo en mi camino, de sentirme seguro en mi cuerpo, y de estar presente en el tiempo. De no pensar lo peor, y recordar que en el fondo, hay amor.
Hoy la vida es muy diferente, pero no quiere decir que ya no hay días donde veo a la ansiedad de frente. Hay días, hay noches donde mi corazón se acelera, donde mi pecho se tensa y mi cuerpo se cansa. Y hay días donde estoy lleno de energía, y hay otros donde me toca dormir todo el día. Hay días donde mi mente es mi mejor compañera y otros donde se pone como fiera. Pero todos los días me recuerdo que estoy seguro, que estoy avanzando y que estoy sanando. Todos los días me recuerdo que estoy haciendolo mejor. Y cada vez, son más los días buenos que los amargos, y los días amargos más me abrazo. Y me recuerdo que ya no vivo en el campo de tiro, y que tengo derecho de romperme en el piso, y que cuando me levante, deje los pedazos que ya no funcionan en dónde están, y yo me encargo de llenar el espacio con algo más.
Más de mi
Love, Abner