Escribo esta carta desde Madrid. Ojos cansados y el corazón lleno. Son las 5:00 am y el insomnio me visita, lo cual no me ha molestado exactamente, pues han sido las noches largas y sin dormir en esta ciudad las que me han devuelto un sentimiento que creía ya extraviado en mí. Esta carta la escribo para ti que me lees y para Madrid, que estos días vivo. Y para mí.
Madrid, ademas de un sueño cumplido, ha sido un espejo, un llamado y una respuesta. Ha sido luz y sentimientos, ha sido quitar mascaras y reconocer distancias. Y no solo la distancia que recorrí a través del océano para venir, sino todo lo que ya he viajado en mi. La carta pasada hablamos de lo que es esencial, lo que es habitar y nutrir lo que nos llena de vida. He de confesar que la escribí no porque estuviera yo cumpliéndomelo, sino porque estaba gritándomelo. Llevaba meses sintiéndome extraño, mutando y apagado. Meses desde que yo sabia que era tiempo de un cambio, que era tiempo de un salto, tiempo de comienzo. No sé exactamente porque no lo había hecho pues nunca le he temido al cambio, nunca le he temido a lo desconocido, a borrar y comenzar, a saltar y arriesgar.
Mas esta ocasión no hice nada de eso, no honre en lo que creo. Mi verdad es que creo en el cambio, creo que como la tierra y sus estaciones, los humanos cambiamos, creo en la magia en lo desconocido, creo que si es conocido es reciclado de lo mismo. Creo en la magia del caos y en aventurarse a explorarnos. Creo en las primeras veces, y ansío que mi vida este muy llena de ellas. Creo en experimentar y probar, creo en el juego de la vida y creo que lesiona más vivirla saliendo ilesos. Creo en la vida, y en hacer aquello que me la da. Y estos últimos meses no lo hice.
Empece a rutinarme, empece a achicarme, empece a temer, empece a querer planear, a querer controlar. Una parte de mi dejo de soñar y se empezó a conformar. Deje de hacer preguntas y a usar mi curiosidad. Empece a matarme a mí mismo. Pensaba que eso era ser un adulto ya, el tener suelo, el tener piso, el tener respuestas y fechas a todo.
No pude más. Y no porque esa forma de vida sea equivocada, simplemente no es la mía. Y no hay acto más dañino que ser lo que no sé es. De hacer porque se “tiene”, de cumplir porque se “debe”. Agradezco haberlo intentado, pues ya confirme que por ahora, no quiero más de ese camino. Me pedí perdón por haberme amarrado, por ignorar mi naturaleza inquieta, creativa y perdida. Siempre me ha gustado en cierto modo perderme, porque no lo veo como algo para temer, lo veo como una invitación para creer y ver. Creer más allá de lo que definía como posible, de lo que nunca jamas me había permitido. Magia es sin duda, cuando voy más allá de mí mismo. Y me cruce a mí mismo, y cruce el mundo también.
Y me di cuenta que no lo había hecho porque me daba miedo. Miedo a ir tan lejos, miedo a lo que se mostraría, miedo a encontrarme viejas sombras que yo intuía Madrid despertaría. Pero siempre me ha gustado eso de usar al miedo como compás, donde más miedo siento con más fuerzas me lanzo. Y más de mí me vuelvo. Porque el miedo solo envuelve una posibilidad dentro de sí, una posibilidad, una puerta, un ahora nuevo. Los ahora siempre son vírgenes.
Decidí tomar el riesgo, era eso o morir de adultez. Estaba listo para una sacudida.
Curiosamente nada de lo que pensé sucedió. Madrid no me sacudió, no me mostró sombras, no me mostró mis miedos o mis conclusiones. Madrid ha sido corto pero no paso desapercibido en ningún respiro, ha sido ajeno y a su vez un viejo conocido. Ha sido un invierno que se sintió com verano. Me he congelado con el aire gélido, mientras mi corazón quema de gozo. He tomado cafés fríos que se sintieron cálidos, y he caminado kilómetros que se sintieron como centímetros.
Madrid ha sido un espejo amoroso, donde he podido confirmar lo mucho que he caminado. Me he expuesto a situaciones que en otros momentos me hacían un fuerte ruido, y ahora no había más que silencio. Me he expuesto a situaciones que en otros momentos me hacían sentir miedo o pequeño, y esta vez me sentí seguro y muy bien plantado. Plantado en mí, plantado en lo que soy. A menudo en el camino de sanción nos casamos con solo ver la sombra, con ver lo que hay por trabajar, y olvidamos ver todo lo que ya hemos trabajado, y cuando nos damos permiso de hacerlo, gozamos lo que había del otro lado. Como un muro que derribamos, y nos vamos de lleno a derribar más y más, sin parar y ver el paisaje que escondían. Madrid no ha sido romper muros, ha sido voltear y pasear por los paisajes que no había recorrido.
No me he sentido intimidado por sus grandes edificios, o agobiado en la gran vía, o ajeno entre los españoles, como sé que, en otro tiempo así hubiera sido. Me he sentido invitado a mirar hacia arriba, a conocer dialectos e historias, rostros y coordenadas. Quizá todas se sintieron cómodas, no por conocidas, sino porque estoy cómodo en mi piel. Y qué regalo más grande.
No ha habido grandes hazañas, fiestas intensas o amoríos nocturnos. Tampoco mis practicas espirituales rigurosas. Ha habido risas por montones, y vinos de verano, y papas servidas de muchas formas, y esquinas hermosas, y calles inmensas, y canciones cantadas y cafés intensos. Ha habido vida.
No tengo claro aun que sigue, solo sé lo que no sigue. No sigue volver a rutina, no sigue apagarme, no sigue volver a la normalidad. Porque entendí que mi normalidad yo la decido, y quiero de mi cotidiano algo extraordinario. No sigue no escucharme, no sigue no seguirme, no sigue no abrazarme, no sigue negarme. No siguen muchas cosas. No siguen porque yo ya no sigo ahí. Me fui hace mucho tiempo.
Madrid, respire tus noches y camine tus calles, bebí tus cafés y escuche tus canciones. Nos recordamos, porque ningún momento fuiste un desconocido. Te sentí con todo el corazón y de respuesta me regresaste a mi razón.
Seamos cambio constante, seamos seres sensibles y salvajes. Seamos todo, menos lo mismo siempre.
Love, Abner
Preguntas para ti:
¿Qué no sigue para ti?
¿Qué sigue para ti?