El domingo pasado me casé. De forma tan espontánea que derribó todos mis planes trazados. Solo me levanté y lo supe, que ese era el día. De esas veces que solo sabes algo, como si Dios te susurrara en el oído y te dijera “anda ve” con la voz más amorosa.
Así fue.
“Hey Dani, ¿quieres acompañarme a Cartier por mi anillo de compromiso?”
Ella lo entiende, es la persona que conozco que más busca de todas las formas, amarse. Que como yo, un día se alejó terriblemente de su corazón y va peregrinando de regreso. Se siente bien tener a alguien que te entiende en tus disparates.
Que entiende porque comprarte un anillo caro para jurarte amor eterno es importante. Que no le parece un gasto tonto o una cursilería. Que también lo ve como algo que tiene sentido.
Y así junto a mi nueva roommate, nos vestimos, nos pusimos un pañuelo caro a juego cada quien en el cuello y nos dirigimos a la boutique.
Lo tengo acá, un simple anillo en mi dedo anular que si da la impresión de que estoy casado. Bien. Porque lo estoy. Y quiero que cualquiera que entre en mi camino lo sepa.
Que sepa que este anillo representa el antítesis de lo que he hecho toda mi vida: abandonarme.
Si pudiera definir mi camino de sanación es una frase seria “auto-abandonó”, y “regresa a ti”. Esa es la cuestión, cuando decimos que queremos volver a nosotros, toca preguntarnos por qué nos fuimos en primer lugar. Yo me fui de mi desde que tengo memoria, como si corriera lejos de mi cuerpo y me pudiera ver ahí a la lejanía, a mi verdadero yo muriendo en la fría nieve en una montaña. Esa parte de mi gritaba:
“NO ME DEJES AQUÍ”
yo respondía
“LO SIENTO NO PUEDES VENIR, EL MUNDO YA ME DIJO QUIÉN DEBO SER Y NO CABES AHÍ, QUIERO SOBREVIVIR”
La ironía que el mecanismo más grande de supervivencia que desarrollé fue lo que casi me mata.
Me he abandonado de todas las formas que quizá podamos enumerar, puedo hacerte una lista clara de las que más me han quedado marcadas:
Haber sido “mejor amigo” por años de una chica que en el colegio decía amarme como su amigo, pero cuando tuvo novio y se hizo amiga de sus amigos, fui lo primero que hizo de lado. Y que me bloqueaba de whatsapp cada tres días porque “no quería hablar”. Y que cualquier cosa que yo hacía o lograba era un gran “meh”. Pero hey venga Abner, eres el mejor amigo no tan popular ni social, la chica más popular te está nombrando su mejor amigo, baja la cabeza y da las gracias!
Haber empezado a fumar y beber cuando no quería hacerlo a mis quince años. Sentir mi cuerpo gritarme que el alcohol nos hacía mal, que nos disparaba la creciente ansiedad que sentía cada día. Pero hey, estás juntándote con los populares, juega tu papel, empínate la botella de tequila barato y cállate.
Haber empezado a cuidar lo que como porque alguien me dijo que “estaba muy delgado y me vería mejor mamado”, para “compensar” mi baja estatura. Vale, me anoto al gym, tomo batidos de proteína y me mato entrenando. Quizá desarrolle un TCA en el camino pero ya sabes, es el precio a pagar por no verte tan enclenque.
Dejar que miembros de mi familia me trataran como una molestia y entrar en este círculo de hacer cosas para “compensar” mi presencia. Pase muchos veranos sintiendo que caminaba sobre cáscaras de huevos, siempre temeroso que me remarcaran lo poco que encajaba ahí. Pero hey venga no es tan malo! Tu di que sí y cállate un momento.
Quedarme esperando amor de alguien que claramente no tenía nada de amor por mi. Ignorar sus acciones y preferir sus palabras. Ignorar la voz que me decía “sal de aquí cuanto antes”. Pero hey, es el chico guapo del trabajo, si le pones más esmero seguro cambia.
Llámalo lecciones del alma o karma o simples patrones, pero en mi vida desde que tengo memoria — hasta hace poco— en todos los lugares en donde estuve, tarde o temprano el juego era el mismo:
“No seas quién eres porque molestas o no es agradable. Cambia. O al menos compensa”
Compensar. Esa es una gran palabra. Por alguna razón se me tatuó en la cabeza y viví queriendo compensar(me). A la vez porque nunca he podido no ser yo. No se porque soy así pero agradezco que una parte desarrollaba mi siempre se aferro an mis retazos. A mi esencia. Y en mi nula habilidad de esconderme, empecé a compensarme.
Por cada parte de mi que alguien me hizo sentir erróneo, desarrollaba un mecanismo para “compensar” y quizá lograr no ser demasiado yo. Sentir que “balanceaba” las cosas.
Para sorpresa de nadie, llegué a los 18 y ya no había casi rastro de mi. Como le dijo el sombrerero a Alicia: “antes eras mucho más, muchosa, se ha ido tu muchosidad”
Recuerdo verme en el espejo un día, con los brazos más musculosos que había tenido, con esos outfits sacados de Pinterest y de forever 21 a la calca, fumando marihuana todos los días. De mi solo quedaba mi amor por los libros y mi pasión pro la escritura. Mi diario, que siempre fue mi espacio íntimo para ser muchoso. De ahí en más, solo pude pensar “¿y dónde pusiste a Abner?”
Ha sido un largo camino. Más enredado de lo que puedo explicar. Ha sido una misión de rescatar mi muchosidad. Si cierro los ojos pienso en pedazos míos, como pequeñas chispas de luz atoradas en esquinas, en momentos, en rincones, y he tenido que rastrear las coordenadas, y he tenido que ir, una por una a tomarlas y ponerlas dentro de mi. Y a la vez, deshacerme de lo que sea que puse en el lugar que le corresponde a esa parte de mi.
Ha sido un juego de reclamación y destruccion. Destruir las partes que construí para “compensarme” y reclamar la parte de mi que esta destinada a ir allí.
Y eso representa el anillo.
Es la promesa que me sentí capaz de hacerme recién. No antes, Temia romperla y decepcionarme. Pero ahora, tras haberme roto y re-construido unas varias veces, de haber atravesado varios mares y de casi ahogarme en dos o tres ocasiones, de haber ido al puñetero fin del mundo por mi y regresado, he desarrollado una cercanía conmigo mismo que para muchos resulta extraña o indescribable. Como dijo mi terapeuta
“Creo que nunca había conocido a alguien tan cercano a sí mismo”
Tengo este lugar secreto conmigo mismo en mi interior al que nadie puede llegar, con un lenguaje secreto que nadie puede entender. Creo que todos tenemos ese lugar y es nuestra labor encontrarlo y cuidarlo.
Mi anillo representa que estoy casado conmigo mismo. No como el final feliz de Disney. Sino como el inicio de una historia, que parte de una promesa, una por la que estoy dispuesto a trabajar cada día para sostenerla:
Jamás volver a abandonarme.
Y en esa promesa viene implícito hacer lo que haga falta. Irme de donde me tenga que ir, soltar lo que tenga que soltar, cortar lo que tenga que cortar, ir a donde tenga que ir con tal de no abandonarme de nuevo en la nieve. Y si me toca estar en la nieve, estoy conmigo.
Es la promesa de darme la mano y nunca soltarme. Caminar a mi lado siempre, atravesar el viento dentro de los huracanes, tomarme a mi mismo y saber que si estoy conmigo, soy invencible.
Es la promesa implícita de reclamar mi muchosidad, de dejar de compensarme porque por fin me di cuenta que no hay nada que compensar. Que nada me falta y nada me sobra. Que puedo seguir sanando y mejorando, pero nunca compensando. Porque de alguna forma estoy configurado perfectamente para ser yo. Y no quiero volver a traicionar eso.
Y casarme conmigo mismo no quiere decir que no hay lugar para alguien más. Solo quiere decir que se mi lugar, que no me volveré a diluir sin darme cuenta hasta no saber dónde empiezo y donde terminó junto a alguien. Atreverme a pintarme con acrílicos y no con acuarelas.
Me casé, porque quiero pasar el resto de mi vida reclamando mi muchosidad. Y buscando todas las maneras de expresarla en el mundo.
Eso me diría en mis votos matrimoniales a mi mismo si hiciera unos: “no puedo esperar a pasar el resto de nuestra vida reclamado nuestra muchosidad”
— Abner