Sabia que era momento de hablarlo con alguien. Sabia que era momento de liberarme. Sabia que era momento de decirlo en voz alta.
Siempre he sabido que corro riesgo de repetir lo que nunca dije.
Me quede pensando, en quien podría escucharme sin juicios. Quien podría entender mi dolor. Quien podría sostenerme si me deshacía. Quién podría guardar el secreto por el momento. Quien podría seguirme viendo como lo que soy a pesar de que de alguna forma… ya no lo soy.
Me quede pensando quien es la persona que más me ha amado. Con quien me he sentido por completo a salvo. Con quien me he dormido por horas sin esperarlo porque mi cuerpo deja ir lo acumulado. Con quien bajo todas mis defensas y me convierto en la vulnerabilidad entera. Con quien respiro hondo y sin prisa.
Me quede pensando en quien ha ido al infierno y regresado. En quien ha atravesado lo duro de vivir. En quien la vida le ha arrebatado un pedazo de si. En quien ha atravesado el fuego vivo y salió con vida. En quien empezó de nuevo muchas veces.
En quien atravesó el mar entero y vive para contarlo.
Solo había una respuesta: mi abuela.
Me temblaban las manos cuando mande el mensaje: “puedo hablar contigo mañana a solas?”
Me temblaba el alma cuando recibí su llamada. “¿de qué querías hablar mi vida?”
“No puedo hacerlo” me escupía mi mente.
Y solo pensaba en ella, sacando adelante a sus hijos sola, en bancarrota.
En ella, dejando todo para apoyar a su hija.
En ella, sintiéndose no amada de niña.
En ella, cuidando a su mamá hasta su ultimo día, aunque quizá no lo merecía.
En ella, que también le robaron un pedazo de su alma y su cuerpo.
En ella, que a sus 70 años se animó a ir a un club de señoras a bailar, hacer teatro, yoga y darse otra oportunidad.
En ella, rearmándose por completo.
Inhale su fuerza, su historia, su coraje.
Y lo hice. Lo dije. Lo exhale.
Lloramos juntos a distancia. Pero más cerca que nunca. Lloramos porque nos entendemos. Lloramos porque nos hirieron. Lloramos porque sanamos. Lloramos por el secreto. Lloramos por la perdida de una parte nuestra. Lloramos porque la vida a veces duele. Lloramos porque a veces pesa. Lloramos porque no hemos encontrado una forma de olvidar. Lloramos porque podemos llorar. Porque nos dimos ese permiso. Porque por primera vez en años, sabemos que podemos ser atravesados por el dolor y saldremos vivos.
Más vivos.
Hay algo terriblemente hermoso en dos personas que comparten un mismo dolor. Una misma cicatriz. Un mismo fantasma. Y que a pesar de, bailan, cantan, piensan profundo, aman aún más profundo, ven a Dios en todo y están dispuestos a rearmarse las veces que sean necesarias.
No se si conoceré un amor tan fuerte como el de una abuela que crio a su nieto cuando nadie más quería hacerlo. Que lo amo cuando en ningún lugar se sentía amado. Y lo amo cuando ella ha conocido mucho dolor. Y lo guarda muy dentro de si debajo del mar.
Y el de un nieto que tuvo que crecer rápido, más rápido de lo que debería permitirse, lejos de su abuela, y años después, sostiene a su abuela para que ella pueda liberar el mar que lleva dentro.
Y años todavía más adelante, ella le sostiene a el para que libere el mar que lleva dentro. Ambos lo hacen. Rompen el vaso que los llego a separar y el agua se vuelve una. Se siente en casa.
Ambos atravesaron el mar, para encontrarse a la mitad.
Gracias, abuela.
Wow!! Que Bella’s palabras para tu abuela! Se que ella está orgullosa de ti y de todo lo que has logrado. Jamás permitas que ese amor incondicional termine. Con amor Paloma
Que hermoso mensaje… atesora a tu abuela, porque es muy triste cuando se van